martes, 24 de abril de 2018

El cuadro "La Niña de los Peines", de Romero de Torres, no halla comprador

Julio Romero de Torres, La niña de los peines

¡A ver a quién le sorprende, porque esa no es la Niña! Más parece la estampita de una virgen que junta las palmas en rezo; no hay duende ni alegría en ninguna pincelada. Hablan, dicen, que Pepe solo ve el reflejo de la luna tinta sobre fondo de vino. Pero los borrachos y los niños siempre decimos la verdad. ¡Digo, y acaso no puedo yo opinar, que además de ser su legítimo me apellido Pinto! Dónde está su nariz chatina, su barbilla gordezuela, ese huequito entre los dientes delanteros que me arrebata. Veintisiete años tenía Pastora María cuando posó para Julio, hembra en plena lozanía. Cuando el pintor nos dio venia para asomarnos al lienzo, perdimos el sentío. Ahora que incluso ella misma sabe que se le ha distraído la cordura, solo su rostro me rescata del naufragio. En la hora de lanzar mi última ancla al Guadalquivir, ella estará acunándome entre sus brazos, enredándome el pelo escaso con los peines dulces de sus dedos, cantándome bamberas. Y no con voz de estaño, como decía Lorca, sino de fragante manzanilla.

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