Vicente el del canasto |
Miro por la ventanilla del taxi. Está lloviendo; eso en Sevilla es una maravilla… El paseo de Colón está imposible, llegaré tarde, ¡maldita lluvia! No avanzamos. Mi móvil me recuerda que la entrevista de trabajo debería comenzar.
¡Qué susto! Un tío ridículo con gabardina, jugándose la vida entre los coches, toca el cristal. ¿Qué quiere? El taxista me dice que no me preocupe: es Vicente el del canasto. Me mira con una mano puesta de visera y eleva la otra, que sostiene un cubo de plástico con algún tipo de mercancía dentro. ¿Pretenderá que le compre algo? Ni loco; no estoy yo con cuerpo para limosneros. Evito su mirada y giro la mía hacia el Guadalquivir.
No sabe quién era Vicente el del canasto, ¿verdad?, me dice el taxista. No contesto. Llegamos a destino. Pago la carrera. Antes de bajar, insiste en preguntarme. Ante mi silencio, me dice: Vicente era el alma de Sevilla; hace casi veinte años que nadie lo ve. Ha perdido la oportunidad de congraciarse con él. Este trabajo no es para usted.
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