sábado, 24 de marzo de 2018

La llamada

Salvador Dorado, primero por la izquierda,
 junto a la cuadrilla del palio de las Angustias.

Por mi designio, naciste humilde; pero hombre. De ese modo, con esfuerzo podrías ganarte la vida, aliviando, así, los cansados hombros de tus padres. Creciste arrullado por cien saetas tristes y por mil palmas de esperanza. Ya un muchacho, solo te rendías ante tu madre y ante mí. Las duras jornadas de trabajo modelaron tu carácter, tornando hosco tu semblante. Me defendiste. Canalizaste tu fuerza en el respeto a las tradiciones. Ensalzaste mi imagen. Una tarde, un tranvía hendió tu espalda, pero tu fe, ante eso, no se vio menoscabada. Por entonces no pensabas en que, algún día, tu martillo dorado ayudaría a arrancar los clavos que una guerra fijara en el alma noble de tu España, tu Sevilla, tu Triana… Once fueron las razones. Once, tus ilusiones.

Tras tanto servirme, al fin ha llegado la hora: serás recompensando. Ven; ponte, de nuevo, al frente de tus cuadrillas fieles y podrás oír a toda Sevilla exclamando, agradecida: aun siendo bético, ¡al cielo con él! ¡Ya basta de penitencias!

El premio

Juanita Reina


Las dos grandes tonadilleras se disputan el hermoso trofeo: unas castañuelas en oro macizo, ni más ni menos. La del baúl, doña Concha, y la talentosa Juanita, que es una reina de la copla (como su propio apellido indica). A la primera no le agrada semejante competencia. La rivalidad entre ambas es totalmente manifiesta. Entre dimes y diretes, el jurado prefiere a la Reina, pero para que no se queje ninguna, opta por separar las castañuelas y dar a cada una la suya. Las tonadilleras aceptan esta salomónica decisión sin rechistar y piensan que tiempo vendrá en que las castañuelas se vuelvan a juntar.