viernes, 6 de abril de 2018

Manuel

Pablo de Olavide


Médico, como sus padres: quizá ingeniero, igual que el hermano. Las buenas notas del niño Manuel en el colegio presagiaban otro futuro universitario en la familia, aunque a todos les preocupase su escaso interés por las asignaturas de ciencias, con mejor porvenir profesional. También que, siempre con la cabeza en sus propias inquietudes, no le interesaran demasiado las pugnas eternas entre sus amigos sobre el Sevilla y el Betis, como tampoco las procesiones de la capital hispalense.

Un día cayó en sus manos la biografía de un criollo de Lima, célebre por haber realizado el primer plano de Sevilla, pero sobre todo por haber traído hasta Andalucía las ideas de la Ilustración. La razón, el conocimiento, el rechazo de dogmas establecidos, calaron en la activa mente del muchacho, llena de preguntas.

Nadie antes había obtenido unas calificaciones tan altas en un grado de Humanidades. El rector, en el discurso de graduación, dijo de Manuel lo mismo que Voltaire de Pablo de Olavide, que da nombre a la universidad: “Hombre que sabe pensar”.

Su familia y amigos aplaudieron orgullosos.

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