martes, 17 de abril de 2018

La reina muerta


María de Padilla


Allí estaban todos presentes, de negro riguroso, no faltaba un anima. << ¿Quién querría perderse semejante espectáculo dantesco?>> murmuraban nobles voces dentro de la capilla real de la catedral de Sevilla. Asistían atónitos y maravillados, a la coronación de un cadáver. El putrefacto hedor era disimulado por un manto de flores e incienso. Los presentes contenían el aliento cariacontecidos frente a la soberana mortaja, mientras afilaban sus bífidas lenguas. Se contaban por doquier quienes ponían en entre dicho aquel casamiento clandestino, que hogaño veía la luz. Todos sabían de la servidumbre de Gómez Manrique, como éste, el arzobispo de Toledo, había conseguido provechosas prebendas a cambio de que anulara su casorio con Doña Blanca de Borbón. 

Loco de amor su majestad ni comía, ni dormía. Testimoniaban que al hacer mella la peste en su vástago y su amada, mandó encolerizado envenenar a Doña Blanca a Medina-Sidonia

<<¡Que vuestras mercedes sepan que fue María Padilla, no otra, mi único y verdadero amor!>>- recitaba a quien quería prestar oídos.

Dentelleada la carne la sangre brotó del palio arzobispal... 
-Est regina vivit- exhaló.

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