domingo, 22 de abril de 2018

Tempus omnia destruit

Al-Mutamid  y Rumaikiyya
—Echo de menos Sevilla —dijo Rumaikyya a su marido, el destronado rey Almutamid, llegando a Tánger tras ser desterrados de Isbiliya.

—No llores, amor. Algún día volveremos —respondió él.

Estas palabras la habían perseguido todo el día. Las lágrimas surcaban las arrugas del rostro de la viuda, ajado por el paso del tiempo y las tribulaciones de un destino que la había hecho esclava, reina y de nuevo pobre. Con nostalgia recordó el río Guadalquivir, la Celestina que los unió una tarde donde el azahar nublaba los sentidos.

Años después de aquellas palabras, sentada ante el cuerpo sin vida de su marido y desolada por haber perdido lo único que le quedaba de su tierra, decidió intentar volver. Lo consiguió, pero Isbiliya había cambiado mucho en esos años: ya no era la ciudad que conoció. Los años la habían convertido en otra cosa. Miró al río y se dio cuenta de que su otro amor, Isbiliya, ya no le correspondía. Miró a los ojos al río y se entregó, sin esperanzas, al olvido.

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