domingo, 10 de junio de 2018

Encontrar lo que uno busca

Callejón de la Inquisición



Huele a mar ahogado, a madera vieja y a pescado podrido. Huele a aguardiente y penumbra y dicen que este callejón ha matado a más gente que la peste.

No he sido hombre de acabar trabajos ni de cumplir promesas, pero pero he venido para ver a la muerte y creo saber dónde buscarla.

Por la mañana noté un rayo de sol mirarme, era suave y fresco. Golpeó mi cara, espabilándome. Creo que hubo un vuelco en las nubes y mi esqueleto saltaba por fuera de la piel.

Esta noche de mediodía mis pies se detienen, se niegan a dar un paso más. Han decidido encontrar lo que buscan o doblarse para siempre. Ellos, como cada parte de mi cuerpo, andan buscando la muerte desde temprano. No me preguntéis porqué. Quizá porque es algo que se puede encontrar.

Me descubro aguardando acuclillado tras una esquina, sosteniendo mi cuerpo tensado sobre un charco. Una mano aferra sin fuerza el puño de mi espada, la otra palpa, explorando sorprendida, una hendidura tibia en un costado. Hacia dentro lanza un témpano desconocido.

Mi cabeza se inclina y apoya lentamente en el suelo y veo marcharse corriendo a ese borrón oscilante, girado noventa grados. Siento que, por fin, lo he conseguido: terminar por una vez un trabajo, encontrar lo que comencé a buscar.


Intento llorar y no puedo. Intento gritar pero no quiero joderlo ahora. Una sonrisa se escapa, de nerviosa satisfacción, y lamento que no estén aquí mis hijos para que encuentren en esto algo ejemplar, algo de lo que a veces uno debe hacer para ser un hombre.

Salva Terceño Raposo

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