viernes, 8 de junio de 2018

La cárcel real



Olía cada adoquín que estaba colocado con arena de aroma a salitre, junto al río surcado de embarcaciones de vela que aguardan silenciosas a que les den paso a través de esas aguas calmadas del Wad al-Kabir.

"Para los barcos de vela Sevilla tiene un camino, por el agua de Granada solo reman los suspiros"... (Lorca)

Suspiros que ella emitía, sonidos callados en su agonía.

Lágrimas que mojaban su valentía y se derramaban sobre el empedrado de adoquines.

Catalina desembarcó buscando la cárcel de Sevilla, aquella a la que no quería regresar, más no le quedaba otro remedio. 

Solamente contaba con recorrer las calles al anochecer para no ser descubierta, y con la vista mermada por la oscuridad atraviesa el arenal a oscuras, cuando siente el tacto de una mano ruda sobre su hombro que la detiene.

- Catalina, le susurró, - no puedes pasar ahora sin ser vista y así no podrás salvarlo.

- Y así no podré salvarme, le espetó ella.

- Vuelve al barco, le dijo el grumete conocedor de su peripecia.
Ella desoyendo a su amigo y con el equilibrio justo para recorrer las angostas calles separadas de la avenida, arribó la plaza y vislumbró su destino.

Justo a tiempo, al alba, se introdujo a través de los fríos y húmedos muros, se enfrentó al nauseabundo olor de la indiferencia y guiándose por su instinto lo encontró casi muerto y preso de sus propios pensamientos, a las puertas de entrecárceles...


By SIRK


Cristina Rutia López

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