viernes, 8 de junio de 2018

Recuerdos

Escultura de don Juan Tenorio, en la plaza de los Refinadores


Nunca pensó que aquel olor a boñiga seca le devolviera a su juventud: aquellos veranos del pueblo, aquellas mareas de amapolas. 

—Me estás enseñando a amar. Yo no sabía —le dijo Ana con su voz luminosa. 

Él, que era de la ciudad y aspiraba a convertirse en un vulgar don Juan o un Miguel de Mañara. Hasta que se detuvo en los ojos de ella, del color del caramelo. Hasta que pudo tocarla, no solo con la vista. 

Recorrían los establos donde se escondían de los demás, donde él se puso de rodillas y le remarcó con las manos, la gran pregunta. 

Ella, entre risas, le devolvió un sonoro "sí" mientras giraba entre las manos un pequeño sombrero. 

El amor les duró lo que el contrato de la hipoteca. El olor a estiércol, más persistente, se les quedó estancado para siempre en la memoria.


Margarita Wanceulen

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