domingo, 29 de abril de 2018

El secreto de José

Manuel y José Font de Anta

Como todos los años, aquel Domingo de Ramos, José Font de Anta acudió a ver el paso de la Virgen por la calle Tetuán. Sonaba majestuosa su entrañable “Amarguras”, la marcha más preciada por los sevillanos. Los nazarenos, conmovidos al enterarse de la sombría presencia del violinista, hicieron girar lentamente el palio para que pudiera contemplar a la dolorosa, intuyendo que sería por última vez.

La Virgen había estado presente cuando él aceptó el desafío de componer un himno en su honor —aquél que la historia y el silencio cómplice adjudicaron solo a su amado hermano Manuel— y conocía de sobra la profunda tristeza inspiradora de José. Empeñada en hacerle saber que entre ellos no había misterios, aprovechó que todas las miradas se habían posado sobre el músico y, sonriéndole con dulzura, le guiñó un ojo.

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