martes, 24 de abril de 2018

Ráfagas


La poetisa Mercedes de Velilla

Los días pasan como las hojas de un periódico roto arrastradas por el viento, y ahora me envuelve la quietud. Nací, como Mercedes, en una familia acomodada, en una casa sevillana, entre jazmines y libros —niñez dulce y serena—. Mis padres insistieron en que estudiara, pero yo solo quería escribir, y logré éxito y bonanza económica, gracias a unos mentores y al apoyo de una editorial que publicó mi primer poemario, disfruté organizando tertulias en las noches de luna, y me divertí incluso cuando las cosas empezaron a ir mal —juventud, flor abierta—. En mis postreros años de penuria —ancianidad triste y sombría—, me quedaba sin cenar, remendaba mi ropa y me calentaba al fuego de mis queridos libros, pero siempre estuve rodeada del cariño de los que lloraban, reían o soñaban conmigo. 

Hoy descanso entre cipreses, bajo la lápida cubierta de flores marchitas, en la que mis amigos, fieles a su promesa, hicieron grabar su poema: 

No me dejéis siempre sola 
en mi sepulcro escondido, 
porque me espanta la ola 
quieta y mansa del olvido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario